Te has quedado encerrada en aquella casa abandonada en la que te juraste que no entrarías.
Has cruzado todos los límites que te pusiste cuando empezaste a tener uso de razón.
Corriste, recorriste, te corriste, reíste, todo lo que nadie jamás podía haber logrado. Y que felices les hacías, y no a personas, sino a todos aquellos perros que te cruzabas por la calle y acariciabas el lomo.
¿Cuántos días han pasado? Que narices, cuántos meses han pasado y sigues ahí, en el mismo punto de partida. Prometiéndote todas las noches que la cosa va a cambiar. Y que mentira.
Es la misma promesa que se hace esa chica nerviosa al decirse una y otra vez que no se morderá las uñas y siempre llegan exámenes (o huracanes) a su vida.
En realidad le gustaban las pequeñas cosas, esas que nadie hace hoy en día. Le gustaba navegar por mares con tempestades, nunca sabía lo que le iba a deparar la resaca del mar, porque al final, siempre acababa tirada en la playa. Esa que tenía escondida una casa algo abandonada.
Y otra vez la historia de siempre, encerrada en aquella casa abandonada en la que te juraste que no ibas a entrar, porque nunca lees el cartel de la puerta, ese que dejase tu escondido aquel día
PROHIBIDO PASAR