martes, 5 de marzo de 2013

Es como saltar al vacío desde lo alto de todos los pensamientos, como correr entre los árboles de un bosque perdido, gritar entre el eco de una cueva, sonreír a los malos días. Y pasa que te das cuenta de que no hay un segundo igual que el otro, que la piedra con la que te tropiezas hoy no será igual dentro de unos años.
Te miras al espejo, empiezas a ver tus arrugas, la vida te está haciendo estragos y aún así le dedicas una sonrisa falsa al espejo. Querer mandar todo a la mierda, otra vez empiezan esas llamadas "malas rachas", salir corriendo, ir a mundos lejanos, perderte en la imaginación. No, no sirve de nada, sigues anclada en la realidad y ves como dejas pasar las metas que un día te propusiste sin conseguirlas, que cuando antes te pasabas la vida riendo sin parar, ahora ya no enseñas ni los dientes. Darse cuenta que son los pequeños detalles los que te hacen feliz el día, las pequeñas cosas, que nada y todo no existe. Madurar con los daños y no con los años se suele decir, sinceramente, es mentira, cuantos más daños más fría eres, más distante te vuelves, más ganas de mandar todo a la mierda tienes. Madurar, que palabra más absurda, cada uno es como es, en cada día, cada semana, cada mes, cada año, formas de vida, formas de ser, solo seguir respirando el puto aire contaminado hasta que un día, sin querer,descubres que el todo sí existe, cuando todo se acaba.